¿Qué
será de nosotros sin ellos?
Por:
Cristián Warnken (Chile)
¿Qué
sucederá cuando se acaben las movilizaciones estudiantiles y la Alameda
amanezca vacía, sin manifestaciones, y en vez de jóvenes disfrazados y
caravanas y danzas, vuelvan los grises oficinistas de siempre a cruzar las
mismas calles con la mirada perdida en el horizonte? ¿Qué sucederá cuando los
mismos políticos vuelvan a decir las mismas frases de siempre y el país se
sumerja otra vez en su estado de anestesiamiento general, el mismo que durante
décadas aseguró una insana "normalidad", una paz de cementerio?
¿Nadie se hará preguntas entonces, nadie interpelará a la incoherencia, nadie
levantará la voz para cuestionar las ideas hechas, los conformismos, y las
inercias? No logro imaginarme que el país vuelva a ser el mismo que era antes
de que empezara este inédito y ferviente movimiento estudiantil.
No
podría aceptar que esta primavera colectiva haya sido sólo eso, una efímera
primavera, como lo son todas las primaveras del hombre. Un jovencísimo Neruda,
en un poema ganador de una Fiesta de la Primavera que se celebraba en el
Santiago aldeano de hace varias décadas, a propósito del ímpetu de su
generación que participó activamente en un cambio de mundo, decía: "Y van
nuestras jóvenes almas henchidas/ como las velas de un barco en el
viento". ¿Nos bajaremos todos de este barco que en estos meses nos ha
hecho cruzar fuertes tormentas, pero también cielos abiertos y puros? ¿O
volveremos a ser los sumisos consumidores de antes, los pasivos endeudados, los
que se compraron a ciegas un modelo de vida alienante, sin cuestionamiento y
con fatalista resignación?" No me gustaría que volviera a triunfar el
"peso de la noche", ese que ha permitido que los mediocres gobiernen
sin que nadie los cuestione, ese que baja todas las varas morales y sólo se interesa
en que suban las tasas de interés. No me gustaría ver a Chile otra vez dormido
en sus laureles, en su autocomplacencia aspiracional, sin espíritu, sin
ideales, sin pasión, sin riesgo, sin sueños. Un país temeroso del desborde, de
la creatividad, del pensamiento libre. Un país que no lee ni el diario, un país
que sólo se junta colectivamente para celebrar un gol o reírse de un chiste de
doble sentido, pero que no se interesa por la educación y la cultura, un país
apático y engreído. Un país viejo antes de nacer. ¿Qué haremos cuando los
jóvenes saquen sus lienzos y ya no se escuche ondear sus consignas en el
viento? ¿Qué haremos los días de lluvia cuando nadie salga a decir basta?
Ya
veo venir la hora vestida de tedio y resignación, la hora más devastadora de
todas. Es tan efímera la juventud, dura tan poco: "Juventud, divino
tesoro,/ te vas para no volver./ Cuando quiero llorar no puedo,/ y a veces
lloro sin querer". La juventud enciende las lámparas, la juventud enumera
sin piedad nuestros errores uno a uno y nos lee la cartilla de nuestras
incongruencias, nos saca de nuestros cómodos asientos, nos mueve el piso, nos
trae espejos donde nos vemos a nosotros mismos instalados, cínicos, sin fe. La
juventud es implacable y generosa, nos recuerda que estamos vivos y que estar
vivos es arriesgar, es poner todo en
duda de nuevo, es salir a la calle a darlo todo por lo imposible.
Cuando
los jóvenes se vayan de estas calles, cuando sus voces no resuenen en nuestras
almas, saldremos a pedirles que vuelvan, a exigirles que no se vayan nunca.
Porque sin sus desmesuradas demandas nuestras vidas volverán a marcar el paso,
y no moriremos como mueren ellos, los jóvenes, como héroes, como relámpagos en
el cielo, sino que correremos el riesgo de irnos apagando, de agonizar como caricaturas
de nosotros mismos, de nuestras traiciones interiores y nuestros tedios. ¡Que
vuelvan siempre los jóvenes, vestidos de lo que sea, disfrazados de anhelos,
para que nos cuenten a los adultos ese cuento que necesitamos para despertar y
levantarnos de nuevo cada día!
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